El Palo de sacrificio

Me quedan tres cuadras antes de meterme en el baño de la pizzería y mirarme el hombro, yo sé que no se ve nada, pero al mismo tiempo temo notar que alguien se cruce conmigo y se ría, o comente con su acompañante algo sobre mi hombro. No puede estar mojado, pero yo siento algo húmedo ahí, y creo que huele, expulso aire por la nariz con fuerza y después aspiro despacio y no siento nada, pero puede ser que ya la nariz se acostumbró, no es que sea peste, sólo olor, pero un olor que cualquiera reconoce. Antes me había sucedido dos veces, pero más corto. Esta vez tiene que haber llegado al orgasmo, no hay duda, tiene que haberse venido, y aunque las mujeres no suelta nada como para traspasar la ropa, yo estoy casi seguro de que tengo el hombro húmedo.


Me faltan doscientos cuarenta metros, más o menos, aquí es donde más gente hay, mariposeando o tomando helado. Anteriormente había sido ocasional, una vez una mulata gorda, de las que les gusta a los camioneros, le pedí llevarle la bolsa, porque estaba suficientemente joven como para no darle el asiento, y poco tiempo después de haberme dado las gracias me rozó, después me lo pegó como resultado de un supuesto empujón, y después lo dejó ahí, y comenzó a masturbarse con mi hombro. A esa hora surge una especie de pacto callado, ella disfruta su parte y tú la tuya. Si no te gusta, entonces la cosa es un poco más complicada, porque tienes que esquivarla inclinándote hacia el que se sienta a tu lado. Lo lógico sería mirarla como diciendo ¿qué pasa, señora? Pero yo no me atrevo, me da vergüenza ajena. En otra ocasión fue una vendedora de frutas, así me lo pareció, por su ropa. Supe sus intenciones con antelación, porque cuando me vio me clavó la vista, yo no se la sostuve, pero parece que creyó que yo era uno de los tímidos, y la pude ver entre la masa abriéndose paso despacio, hasta llegar a mí. Sentí sus pensamientos sobre mi cráneo «ya estoy aquí, ¿empezamos?», pero al parecer no sabía del fuerte hedor a menstruación que estaba despidiendo, así pasa, muchas mujeres no tienen conciencia de que su menstruación apesta, a veces ni siquiera notan que ya cayeron, y como ella creyó que yo estaba complacido con su obsequio, se agitaba sin miramientos contra mi hombro. Eso, por supuesto, hacía que la peste circulara, y yo temía que el que estaba al lado la olfateara, y al buscar la fuente me descubriera como palo de sacrificio. La peste era tan estridente, la peste y su vanidad al creer que yo tendría que estar feliz, que me enfureció, y al separarse momentáneamente por un giro de la guagua, aproveché y me levanté de un tirón. No pude evitar darle un fuerte golpe en el clítoris, durante la milésima de segundo en que me atreví a mirarla tenía los ojos hacia el techo y se mordía los labios por el dolor. Me bajé sin saber exactamente dónde.

Pero esta vez ha sido todo distinto, incluso un poco raro, porque eran tres, jóvenes, blancas, aparentemente estudiantes, cuchicheaban y reían junto a mí, eso no es nada extraño, pero sí lo es el que una mujer roce en contubernio. Segundos antes de pegarse a mi hombro cesaron de murmurar, entonces sentí el primer tanteo. Tú como siempre, como si no pasara absolutamente nada. Y un instante después el aterrizaje, esta vez ¡tan gratificante! Así debe ser para los pollitos cuando la gallina los cobija en el frío del anochecer. Las ropas le olían a jabón, y parece que lo que empezó como aventura se hizo más serio después, porque pude percibir estertores aislados entre el movimiento de la masturbación. Yo colaboré también, y levanté el hombro para aguzar la punta de la clavícula. A veces me atreví a mirarla con el rabillo del ojo, una vez atisbé su pelo largo y negro, rizado artificialmente, otra vez sus labios delgados, y aún otra la suave endidura en su barbilla, pero nunca sabré si era fea o bonita, ella me podrá reconocer algún otro día, yo no. Al final estábamos templando sin importarnos que nos vieran, sin hablarnos, sin presentarnos, sin besarnos, ella con la ventaja del contacto en su vulva y yo pasando la información de la clavícula al pene. De pronto se apaciguó y desapareció como un espejismo, yo no la busqué, porque sé que mucha gente estaría al tanto de lo que ocurría y me estaría observando a ver cómo me dejaron, todo el mundo estaría mirándome el hombro porque, ahora no tanto, pero cuando terminó lo tenía ardiente y mojado, como mi calzoncillo ¡Ah! eso es lo otro que me preocupa, que tenga el pantalón también mojado, no me atrevo a mirarme porque entonces voy a llamar la atención de los paseantes.

Me quedan todavía cerca de cien metros hasta el baño de la pizzería, quizá no esté mojado, pero temo que alguien me mire y se ría, o que comente con otro, los maricones, por ejemplo, que siempre se están fijando...









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