El pestillo

¡Cómo se ha desarrollado Diana! No me dejo de asombrar cada vez que pienso en la insignificante adolescente que era hasta hace poco, y mira ahora, qué cuerpo, qué piernas, es un placer ver sus piernas asomar bajo el techo del pasillo y después completarlas ya en la calle. Y se ha puesto bonita, ni siquiera los hierritos en los dientes la deslucen. La deseo, pero con prudencia, somos vecinos, el padre y yo nos llevamos bien, la madre siempre me saluda con afecto, hasta con un poquito de admiración, por las pinturas mías que ha visto. El otro día vi a Diana entrando al edificio y abrí justo cuando cruzaba mi puerta, como por casualidad
– ¡Eh! Diana
– ¿Y qué Alejandro?
– ¿Cómo te va?
– Ay, con tremendo calor
– ¿De dónde vienes?
– Del trabajo
– ¿Dónde estás trabajando?
– En Biotecnología
– Nada que ver con el grabado ¿eh?
– Nada
– ¿No guardaste algo de lo que hiciste en esa época?
– Algunas cositas
– Enséñamelas algún día
– Bueno, las voy a buscar y te aviso
– Pero de verdad
– Sí sí, te voy a avisar

Hoy está lavando el carro del padre, tiene un short que parece una sallita, y las sandalias griegas. Pasan unos tipos y la observan en silencio, como a una pieza inasequible a la que no vale la pena piropear. Sí, cayucos, se mira y no se toca, eso es mío
– Hola, Diana
– ¡Eh! ¿y qué?
– En qué te ayudo
– No te molestes, esto es rápido
Tomo el cubo con la esponja y me acerco
– No me has avisado para los grabados
– Ay Alejandro, eso no sirve para nada
– Quizá no para un museo, pero sí para lo que yo quiero
– ¿Y para qué los quieres?
– Para conocerte mejor... como el lobo
– ¡Sí! eso mismo te iba a decir
– Me he quedado esperando
– No, ahí no, ya lo limpié
– Me he quedado esperándote
– Si te interesa tanto, lo voy a buscar
– Cuándo
– Hoy
– ¿Cuándo quieres que suba?
– ¿A mi casa?
– ¿O quieres bajar a la mía?
– No, está bien, ve
– A eso de la una ¿está bien?
– Entonces me tengo que apurar

A eso de la una subo. Sigue con el mismo atuendo, pero con unas chancletas vietnamitas
– Saqué todo lo que tengo, pero no quisiera enseñarte todo
– Bueno... ¡hola a todos! [al padre, a la madre y a la hermana menor, que están frente al televisor]
– ¿Cómo estás Ale? – me saluda la madre
– Bien ¿y ustedes?
– Aquí, mirando el Mentidero de Televisión
– Je je je – respondo
– Ven Alejandro, mejor lo vemos en mi cuarto
– ¡¡!!

Sobre la cama hay cartulinas. Diana empuja la puerta, pero no la cierra, se sienta sobre una de sus piernas flexionada de modo que el interior del muslo se muestra en toda su blancura. Hojea sus grabados. A medida que los veo voy entendiendo su desamor por ellos
– Este me gusta mucho – miento
– ¿Sí?
– Sí... ¿qué significa?
– Nada, un ejercicio abstracto
– Me recuerda tus piernas
– ¿Mis piernas?
– No hay curvas bruscas, mucha armonía, contención, sereni...
– ¡¡Diaanaa, – irrumpe la voz de la hermana – el pestiilloo, mijiitaa!!!!
– ¡¡Danaee!! – grita a su vez la madre desde la sala – ¡Por qué gritas asíi! ¡Te he dicho mil veces que no grites así! ¡Tu hermana está ocupada, pide permiso y quítalo tú misma!
– ¡Pero mami, siempre es lo mismo!
Diana se levanta inmutable, entra al baño intercalado entre ambos dormitorios, quita el pestillo de la puerta que corresponde al de la hermana y regresa. Cierra todas las puertas de nuestra habitación, cruza la pierna como antes y me hace un gesto de contrariedad
– ¡Le encanta interrumpirme!… ¿Entonces te gusta?
– Sí, me parece muy bueno. Tú sabes que yo pinto, ¿verdad?
– Claro
–Ah, verdad, tú lo sabes. Es increíble la combinación de matices en tu piel, me gustaría pintarte
– ¿A mí?
– A tus piernas, mira cuántos – le rozo el muslo con los dedos induciéndole una ligera retracción. No levanta la vista de las obras, me deja hacer – Mira aquí qué contraste... y sin embargo mira qué blanco aquí...
Llego con mis dedos al borde del short. Ella sigue mirando las cartulinas. Poso la mano completa sobre su muslo de yegua joven, me acerco más y con la punta de la lengua le humedezco los labios, le abro la boca sin que ella mueva una pestaña...
– Me estás haciendo cosquillas... – dice, y junto a la frase me golpea un violento hedor a cloaca ¡¡Diana, la bella, sufre de halitosis!!!
Suspendo instintivamente la respiración, pero no me atrevo a retroceder. Pongo un gesto que desea ser una sonrisa. Creo que sudo
– ¿Quieres terminarlos de ver? – me pregunta, y escapa otra nube impía, casi visible.
Yo no respondo, no sé qué hacer, he dejado de tocarle la pierna. De momento sólo pienso en Danae y sus interrupciones piadosas...









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