Pasteles. Primera parte

[ Habíamos organizado un casting de actores aficionados para un cortometraje sobre la vida de una ginetera. Los roles a cubrir requerían muchas más muchachas que hombres, por lo que nadábamos en un cardúmen de protoactrices.
Yo era el director, y como tal, recibía adulaciones y servicios. Solo debía levantar el índice y caía una jugosa oferta ]

– Mayra (Mayra es una de las "actrices") ¿Nos dejarán pasar?
– Sí, porque vienes conmigo, aquí todo el mundo me conoce
Nos acercamos al hotel más noble del país, incluso con portero de uniforme. Me pregunto si la conocen porque su hermana trabaja en la repostería o porque ella misma desarrolla su oficio aquí. Mayra es ginetera, aunque no me lo ha confesado.
Me siento un poco ajeno en este antro de olor a cigarrillos rubios, murmullos y gordos floreados. Y yo acompañado de una mulatablanconaza hecha a centímetros de artista, pero no linda, por lo menos no según mis patrones raciales.

Después de haber entrado sin ser vistos, llegamos a los bajos mundos del hotel, donde hablan a gritos y suenan los cucharones contra el mariscos y la sopa
– Espérame aquí – me dice diligente y desaparece tras una puerta. Al cabo de un minuto regresa. Trae consigo a la que debe de ser su hermana
– Mira Cacha, te presento al director de la película
– Mucho gusto... – repongo como un adusto director de películas – Alejandro
– Ay niño, perdona el aspecto, pero tú sabes cómo es esto aquí ¿Quieres un dulcesito?
Abro los ojos, me lamo el hocico y muevo el rabito nerviosamente
– Sí Cacha, por eso vinimos, a ver si tú nos puedes resolver una cajita
– Espérenme aquí – dice Cacha y se esfuma
– Ven Alejandro, siéntate, cada vez que quieras comer dulces buenos, venimos
Cada vez que quieras... Una ginetera se distrae de su caza de extranjeros para dedicarse a un nativo solo cuando este es un personaje de cierta importancia para ella, un director de películas o cosa parecida. "Cada vez que quieras" significa que nos relacionaremos por un tiempo. Viene Cacha con una caja de kake de diecisiete pulgadas cuadradas que no sé cómo rayos vamos a sacar por delante del portero
– ¡Ay niño! el portero saca tres cada vez que tiene turno, así que… pero ven, salimos por aquí para no ir por el lobby

¡El placer de la vida! ¡El éxtasis! Comer señoritas, eclears, tartaletas, éste que no sé como se llama, empanaditas de guayaba, panqué fresquesito, en el muro del Malecón, con el agua rojiza a esta hora crepuscular en que empiezan a llegar los pescadores, y a mirarnos con envidia
– ¿Y tú Mayra?
– No, come tú, son para ti

Para qué le habrán hecho bancos al Maine, un monumento recordatorio no debería tener bancos donde la gente tiempla, mea... parece que estamos sentados sobre meao. Las gineteras – quién lo duda – son gente resuelta, pero cuando se aventuran un escalón social más arriba, pierden la brújula. Mayra se empeña en hacerse la muchacha decente que estudia en la escuela de repostería. Yo juego con su torpeza, trayendo al caso historias sobre turistas y prostitutas que ella enriquece con comentarios propios, sin reparar en que no debería saber de esas cosas. Después termina el relato y vuelve sin transición a su personaje actual.
A diferencia del primer día de casting, cuando se apareció con la invencible licra del oficio, hoy está con una sallita
– ¿Cómo se llama?
– ¿El qué?
– La tela
– Bambula
hoy está con una sallita de bambula de florecitas beige que recrean su cuerpo de adolescente egipcio. Si no tuviera esa cara ya estuviéramos más avanzados, pero creo que es fea... Es fea.
Me limpia restos de azúcar de la comisura de los labios y le sonrío agradecido. No hablamos. Yo finjo abandonar la vista en las varas de pesca sobre el mar oscuro. Reclino el occipital en su hombro e introduce los dedos en mis cabellos, peinándome suave. Disfruto sentirme un semidios admirado por una meretriz...
– Acompáñame a mi casa – me susurra
– ¿Dónde es?
– Cerca, pero cogemos un turistaxi, es que no me gusta andar sola tan tarde – miente descaradamente
– Bueno vamos

No soy cobarde, pero la idea de adentrarme en los estratos de estos personajes donde desde el inicio desafino, me provoca desazón, sobre todo cuando hay cuatro tipos a la entrada del edificio que nos miran con sorna
– ¡Dime, mi novia!
– ¡Déjate de confianza, Francis! ... Son amiguitos míos – me explica–, muchachos del barrio...
Del barrio vertical, el edificio es como la jaula de los pájaros en el zoológico. Radios, televisores, interjecciones, escalera, pasillo interior, puerta abierta – ¡Hola Teresa! –, otra más – ¡Enrique, cómo está! – ¡Bien mija, y tú!

– Mira, aquí vivo yo
No es una habitación pequeña, sino comprimida. Llena de microwaves, televisores a color, grabadoras, cortinas blancas. Sólo las paredes y las locetas recuerdan el exterior decadente. Salgo al balconcito, la cúpula del Capitolio parece un Kingkong triste. Más cerca, en una azotea, una vieja recoje ropa de la tendedera
– Toma
– Yo no tomo
– ¡¿No tomas?! ... y ¿tampoco fumas?
– De vez en cuando
– ¿De vez en cuando? Pero yo digo...
– Qué
Yerba
– Claro, yo sé... – finjo
– ¿Quieres?
– Bueno, si es buena...
– Espérate aquí, ahora regreso
En sexto grado Ulises y yo cortábamos unas ramitas secas de una planta que se enredaba en la ventana del aula, decíamos que era droga y la fumábamos, las ramitas eran porosas y mantenía el fuego cierto tiempo, nos dejaba escozor y un poco de tos. Mi experiencia con plantas alucinógenas no se extendió más allá

– Ya estoy aquí ¿Te aburriste?
– No
– Mira, tenemos bastante, es de Regla, es buena
– ¡Ah! de Regla, qué bien





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