El caracol

Lily aparenta más edad de la dice. Usa unos vestidos largos de tela fina que le llegan a las sandalias, bajo los que adivino un cuerpo mórbido. Sin embargo, sus manos de adolescente me cautivan, y ella las sabe usar.
Hoy nos vamos juntos a mi casa, nuestra expedición es en guagua porque ella no tiene bicicleta. El último tramo lo hacemos a pie por las calles húmedas y oscuras de Miramar. Los grillos son tan constantes que se harían parte del silencio si Lily dejara un momento de contarme de sus problemas circulatorios, de Marcelo, de su consejos a Gustavo sobre su novia pescadito. Llegamos al cuarto y tras mis acostumbradas abluciones se encierra sola en el baño. Aprovecho la espera para poner una sábana limpia, cambio las dos fundas, me quedo en calzoncillo, me tiendo en la cama y finalmente trato de escuchar qué rayos hace tanto tiempo ahí dentro. Especulo que se lava la vagina, o se masajea las várices... ¿Tendrá problemas de hemorroides? Suena la ducha ¡¿Se baña!?!... pero ¡¿por qué?! Pasan unos minutos más y al fin sale vestida y sonriente con el pelo salpicado
– ¿Te bañaste?
– No
Se saca el vestido. Queda en tetas no muy fláccidas y una elevadísima tanga negra, pero ahora que la veo más allá de sus manos me invade la terrible sospecha de que habrá dificultades con la erección, y puedo asegurar que TODOS se enterarán de TODO
– ¿Puedo fumar?
– Claro – le respondo solícito
Se sienta al borde de la cama. Estoy impregnado al colchón, si se vuelve encontrará un desierto donde debe anunciarse una colina... y por eso la imito y también me siento. Retoma el hilo de algo que me contaba con una soltura tal, que parece como si pensara quedarse a vivir en mi dormitorio. Yo estoy ya en pleno bloqueo, mientras más pienso en mi insecto más se achica, la frente me suda. Lily levanta el rostro para expulsar el humo y su pelo tieso se entreabre. Calculo tres sorbidas más, después nos dedicaremos al asunto que nos ha traído ¡Ay diosito! Aún tengo tiempo para escrutar en mi siquis, qué sucede, qué debo pensar, déjate llevar por la promesa de placer que te espera, esta es una que hay que templarse... ¿O le hablo claro y le digo lo que me pasa?... Ya se fumó el cigarrillo
– A ver Ale, ven, acuéstate
(Sí, Lily, trátame con mimo, ayúdame) Su mano queda junto a la mía, se la tomo y la llevo ante mis ojos como un diamante, ella también la observa, le muerdo el canto, me mira a la boca, nos besamos. Pero no ha captado mi llamado de auxilio, no toma la iniciativa, quiere que yo le haga. Me doy otro chance, pongo mis dedos sobre su publis y palpo algo fláxido bajo el blúmer (si la masturbo y se excita, puede que me anime) ¿Por qué estoy en esta situación? ¿Quién me obliga? Me encaramo sobre ella y obligo al caracol que tengo entre las piernas a oler la hembra, pero en mi cerebro ya ha caído la guillotina. Desciendo derrotado
– ¿Sabes qué? No puedo hacer el sexo contigo, siento como si lo hiciera con mi mamá
Se queda unos segundos mirándome, sin saber si indignarse o reírse
– ¡Alejandro!… ¡Ja Ja Ja Jay mi madre! Deja que le cuente esto a Marcelo, ¡Ja Ja Ja Ja Ja



y como podrá imaginar, continúa...





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