Iliana

Ileanita, cuánto me gustaría vivir contigo, continuar en casa nuestra competencia académica, fugarnos a Italia, ir a museos, disentir ante un palacio florentino, pasear mostrándote, y en el toilette del próximo café mamar tus senos duros, escapar de este círculo gris al que no pertenecemos, aunque siguieras cultivando tus amuletos tras la puerta del último cuarto, Iliana de rostro armonioso, gacela avara, perv
– ¿En qué piensas?
– Ayer me pasó algo ridiculísimo, me acosté con Lily y no me la pude templar
Se remueve en su pupitre estimulada por la confesión
– ¿Por qué?
– Porque me dio repugnancia
– ¿Tiene peste?
– No, pero me pareció que estaba mi mamá al lado
– Ay, Alejandro… ¿Y entonces?
– Nada
Nada... hasta ahora. Habrá que ver cómo reacciona cuando llegue, incluso puede ser que deba esperar hasta la próxima semana, pues Lily rara vez viene a clases una semana completa. Y ya le habrá contado por teléfono a Marcelo, y éste a Mirelle, y ella a Claudia, y Claudia hará asociaciones, y contará su propia experiencia conmigo, y llegarán hasta Iliana las olas, y ella se hará a su vez preguntas
– Tengo ganas de dormir contigo
– Ay Alejandro ¿Y yo?
– Tú no me quieres
– Tú eres el que no me quiere
– A qué hora regresa hoy Chachi
– Temprano
– Me voy contigo
– ¡No!
– Sólo para acompañarte
Iliana me teme porque piensa que soy una pantera rabiosa que la asaltará sin remedio si la sorprende sola, pero a ella no puedo... porque espera precisamente eso de mí
– ¿Y qué hicieron?
– Quién
– Tú y Lily
– Nos reímos, nos vestimos y la acompañé hasta la parada
– Ay, la pobre
(¡¿Cómo?! ¿No soy yo el pobre? ¡¿Es posible que ante los ojos del grupo sea yo quizá malvado pero de ninguna manera el pobre?! ¡Oh, Bienhechor, si así fuera!)
– Sí – reafirmo –, me da pena con ella pero no pude, no pude. Debería disculparme ¿verdad?
– No sé – sonríe pícara –, nunca he estado en ese caso, tú sabrás
(Pero hoy debo saldarme contigo, mi obra eximia, aislada del lodo mundano, atizaré tu miedo al felino lúbrico para que no me espantes)

Loma del Calixto, a la derecha el estadio de la universidad
– Dame la mano – le cazo el meñique y reacciona como si hubiera tocado un bicho
– ¡Alejandro! Chachi puede estar por aquí, por favor
– Por qué no te montas, todo esto es pendiente
– ¡Dios me libre!
Es verdad, no me imagino a Iliana en una bicicleta.
Para llegar a su casa hay que bajar al sótano de un edificio por una estrecha escalera de más de treinta metros, circular pasillos, sobrepasar un murito anti-inundaciones y arribar a la entrada de dos cuevas, la de Iliana es la primera. En la salita está la cama de tres personas de ancho, trastos de toda calaña y la máquina Singer donde diariamente, con la voluntad que solo este ser posee, relee y aprende todos sus apuntes de clase. Iliana se gana la vida en un cabaret nocturno, pero en realidad nunca baja del escenario, actúa como una dama que flotara sobre una exigüidad
provisional
– Siéntate – me invita – ¿Quieres tomar algo?
Aunque la amo, a veces me molesta que finja su aristocracia conmigo, y bromeo con sarcasmo
– Iliana ¿qué es esa cosa con plumas ahí arriba del escaparate?
– ¡¿Qué cosa?! – contesta desde el patio interior, vertedero de todo el edificio, y regresa apurada – ¡Ah! eso es una lámpara de pie, hay que arreglarla. Es horrible ¿verdad? Todo aquí tiene que estar amontonado hasta que Chachi resuelva lo de la permuta
... Y entonces me avergüenzo. Qué hago yo, un advenedizo, criticando mientras el hombre de la casa brega por los dólares para salir de la podredumbre.
Regresa otra vez con una bata de casa hasta las rodillas de sus piernas largas y poderosas. La engarfio por una de ellas y pego la nariz a la tela acogedora. Clava las manos en mi pelo, pero no la dejo escapar.
– ¡Alejaandro!
Aparto la tela y husmeo sus nalgas de negra, pero las aleja bruscamente. Con esfuerzo, logro que suba un pie al brazo del sillón y le froto goloso la vulva, le sorbo el clítoris. Pasan minutos en los que no me importa herirme la lengua con mis propios dientes, me contorciono para darle placer, descargando mi frustración por no poder aprovechar estas pocas ocasiones de hacer el amor con mi preferida. No existe el peligro de que indague mi erección, pues ya se está arriesgado a mucho tratándose de su propia casa. Sin embargo, vislumbro el eternizamiento de esta anemia mía ante ella, como un maleficio yoruba.
Se viene en silencio, lo sé por sus uñas en mi cráneo y el repentino flujo que se me introduce en la nariz. Se deja caer en el sofá con las manos en el regazo y me mira feliz, yo también le sonrío satisfecho









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