El lunar

Voy a demostrarte que te quiero diciéndote algo que hasta ahora nadie sabe. Pasó cuando yo tenía quince años, en la escuela al campo. Allí conocí a un muchacho, Carlos José Salas Coqueg, el Coca, que tenía mi misma edad. Otros le decían "el gallego" por ser rubio de ojos verdes, pero él no tenía nada de gallego, toda su familia por parte de madre era de Canadá, que vivían aquí hacía tiempo. Él me decía que en realidad él no era canadiense, sino francés, su mamá era de Quebec, donde sólo hablaban francés, y era verdad, porque hablaba francés rapidísimo. Aunque éramos del mismo pre, antes no nos habíamos conocido por ser de distintos grupos. Entre nosotros surgió una amistad que se fue convirtiendo en cariño de hermanos, hasta que un día jugando y empujándonos sobre la litera quedamos el uno sobre el otro y estuvimos a punto de besarnos. A partir de allí ya sentimos que nuestra relación no era de simple amistad. Coca tenía mucho éxito con las mujeres, el campamento de las hembras estaba lejos del de nosotros, los sábados nos llevaban allá en carretas para las fiestas de emulación. Cuando Coca llegaba, las hembras se alborotaban. Tenía varias novias, y me contaba lo que hacía con ellas, yo tenía también una, pero a lo más que llegábamos era a besarnos. Un día Coca me explicó que después de venirte siempre tenías que orinar, para que la leche no siguiera saliendo y no te manchara el pantalón
– Quédate aquí, yo voy a la letrina, cuando te haga ¡pssss! ven a donde estoy
Cuando me hizo la señal fui, estaba sentado con el pene en la mano, goteando semen, un rabo como una serpiente albina, grandísimo
– ¿Ves la leche cómo sale?
Y se lo apretaba para que yo viera. Entonces comenzó a orinar contra la pared mientras me decía que antes de hacer el sexo no debo orinar, para que después pueda arrastrar bien todo
– Mira ahora ¿ves? Lo aprieto y no sale nada
Después de vérselo me quedó el complejo de tener el pene chiquito, y siempre trataba de bañarme cuando no hubiera gente en las duchas, y cuando la había, lo primero que hacía era enjabonarme bien los pendejos para que hiciera mucha espuma y no me vieran el tamaño. Aunque los profesores ubicaban a la gente en el albergue según las brigadas, que eran los mismos grupos de la escuela, después de una semana la gente hacía sus amistades y se reubicaban según sus gustos. Yo no tenía mucho que ver con la gente de mi grupo, y al final me fui para la litera de Coca, él dormía arriba y yo me mudé para abajo. Casi nadie dormía abajo por el miedo a los presos. Por aquella zona había un presidio de reclutas, y se comentaban casos de presos fugados por la noche para robar en los campamentos. En el nuestro una madrugada alguien empezó a gritar y todos creímos que lo había asaltado un preso, después resultó que estaba soñando. Pero otros decían que veían sombras asomadas a las ventanas, o que se oían pasos afuera. Si alguien quería orinar no iba a las letrinas, sino que llegaba hasta la luz piloto de la entrada y apuntaba el chorro hacia fuera. Una noche, después que apagaron la luz, Coca asomó la cabeza dentro de mi mosquitero
– ¿No tienes miedo de dormir ahí abajo y que venga un preso?
– Claro, pero qué quieres que haga
– Sube, y mañana traemos otra litera
Pero no habían más literas, porque todo el mundo quería dormir arriba y no sobraban, hasta la mía ya la había cogido otro. Todas las noches, un rato después de que apagaran las luces, yo subía a la cama de Coca. Alrededor de nosotros sabían en lo que estábamos, pero todos eran amigos, ellos también hacían lo mismo. De todas maneras dormíamos juntos, pero nunca hicimos nada.
Un sábado Coca me invitó a masticar nervios de hojas en una casa de tabaco. Nos alejamos muchísimo del campamento, hasta llegar a un sembrado que no pertenecía al plan, no había nadie por allí y los dos nos metimos bajo la tela de la vega, corríamos persiguiéndonos. Entonces a Coca se le ocurrió una idea
– Vamos a jugar a los cogíos, el que pierda le pone un castigo al otro
A él le tocó cogerme, yo era más rápido, pero me daba lástima romper las matas. Coca atravezaba las hileras sin importarle, así que después de algunas vueltas me alcanzó y nos caímos a la tierra revolcándonos todo sudados. El castigo fue que yo le quitara el pantalón, nos reíamos mientras le zafaba los botones porque le hacía cosquillas, después él mismo se quitó el calzoncillo y otra vez vi su rabo blanco. Antes de haber visto el pene de Coca yo jamás había sentido atracción por ver otro que no fuera el mío. Coca se viró y apoyó las manos en la rodilla, «métemela» me dijo. Ahí fue cuando le vi el lunar en la nalga izquierda, en el lugar donde te inyectan. Cada vez que me acuerdo de él, el recuerdo empieza por el lunar. El culo de Coca era tan lindo, la piel era tan... no sé, tan lisa y rubia... Yo estaba parado ahí mirando sin hacer nada, entonces se agachó y se metió mi pene en la boca, sin cogerlo con las manos. Al principio me hacía cosquilla con la lengua, pero el calor de la saliva empezó a exitarme y se me puso duro. Entonces se viró otra vez y me dijo «dale ahora, métemela» Yo traté de meterlo, pero no entraba, entonces él me dijo que le escupiera el hueco. Me acerque y se lo escupí, pero no sé qué me paso que empecé a chupárselo, empecé a chuparle el hueco... ahí fue donde sentí que estaba enamorado de él, porque se lo chupaba como si fuera su boca. Coca se movía pa'rriba y pa'bajo y yo seguía dejándole mi saliva, que ya era una baba. Entonces le metí el pene, y empecé a singármelo, me dolía porque Coca apretaba el culo, pero yo seguía. Ahí fue cuando sentimos un grito «¡¡ey, qué está pasando aquí!!». Yo me mandé a correr, pero choqué de frente contra uno de los tipos, que ya nos estaba mirando silencioso, a Coca lo agarraron entre tres y cometió un grave error, empezó a tirar manotazos a lo loco y le dio una bofetada a uno de ellos, el hombre se enfureció y le pegó con la mano abierta en plena cara, con tanta fuerza que sonó como si hubieran explotado un cartucho lleno de aire. Coca se cayó y nunca más se despertó. Como estaba desnudo, a él decidieron violarlo primero, nos sacaron de la vega y nos metieron corriendo en una casa de tabaco. A Coca lo llevaba cargado el mismo que lo desmayó, tenía una ropa verde gastada, así que ya yo sabía que eran presos. Yo estaba muy nervioso, me estaba ahogando de miedo, y no me había dado cuenta ni siquiera que me había cagado, el que me arrastaba por el brazo fue el que se dio cuenta, le dijo a los otros «¡oye, este se cagó!». El de la ropa verde le dijo que me amarrara y me metiera algo en la boca, el tipo recogió un trozo de cartón del piso y me lo embutió, con el cartón me metió también tierra y quizá mierda de murciélago, ese fue el sabor que sentí, después se sacó un pañuelo del bolsillo que tenía manchas viejas de sangre y me amarró la boca, como el cartón era duro y él casi no lo había arrugado, las puntas me lastimaban la lengua y la encía, me sacó los cordones de las botas y me amarró a un poste, entonces me dijo «no llores, mamita, que no te va a doler». A Coca lo habían tendido como una sábana doblado sobre los cujes, y se lo estaban templando, la poquita claridad que entraba se reflejaba sólo en él, como si su cuerpo tuviera luz, los brazos se le balanceaban sin llegar al piso, seguramente ya estaba muerto cuando eso, pero los tipos no lo sabían, o no les importaba, uno le dijo al que se lo estaba templando «cuidado no lo revientes, tú» pero cuando el tipo acabó de venirse, que se la sacó, del ano de Coca salió un chorro de sangre oscura que hizo ruido al caer sobre el piso, un chorro espeso como cuando le dan una puñalada a un puerco. Uno de ellos gritó «¡lo jodiste, cojone, lo jodiste!», pero el otro lo empujó diciéndole «¡cállate comepinga!» señalando con la cabeza hacia donde yo estaba, me quería hacer el desmayado, pero no podía parar de llorar, entonces hablaron algo bajito y dos de ellos vinieron y me desamarraron, me arrastraron hasta donde estaba Coca y me pusieron la cara frente al culo empapado de sangre «¿tú ves eso? El doble te va a pasar a ti si hablas, maricón» me restregaron en la sangre del piso y se fueron dejando la puerta abierta. Todavía había sol y pude ver mejor cómo lo habían dejado, las dos piernas estaba chorreadas de sangre, el hueco del culo no existía, y de la nariz también le había salido sangre, pero ya estaba seca. Yo estaba temblando como si estuviera en un congelador, de pronto me llegó el olor de la sangre y vomité. Después de vomitar me recuperé un poco y pude pensar por fin, pero todo lo que se me ocurrió fue salir corriendo y dejar a Coca allí, de todas maneras estaba muerto. Me tiré en un canal de regadío y sin desvestirme me limpié como pude la sangre y mi propia mierda. Como llevaba las botas sin cordones y estaban mojadas, me las tuve que quitar, me enterré una pila de espinas y piedras en los pies, pero a esa hora yo solo tenía en la cabeza correr y correr. Para entrar en el albergue no tuve ningún problema, porque ya se habían ido las carretas para el campamento de las hembras, los pocos que se quedaban aprovechaban para dormir. Envolví toda la ropa y la quemé, y las botas las enterré en la tierra. Entonces me di cuenta de que los cordones se habían quedado allá, yo tenía miedo de que por los cordones se dieran cuenta de que yo era testigo. A la mañana siguiente, junto con la visita de las familias llegó la policía, me interrogaron a mí y a unos cuantos más, y a los familiares se les explicó la situación. Se aumentaron las medidas de precaución y los profesores prohibieron cualquier paseo fuera del campamento. Los del grupo de Coca, que sabían qué relación teníamos, al principio me preguntaban si yo sabía algo más, después me consolaban. Pasaron los últimos cinco días y regresamos a La Habana. Y hasta hoy no me ha pasado nada. Aunque Coca era mi amigo, yo siempre rezo por que no cojan a los culpables, porque entonces se va a saber que yo estuve también allí, y eso me da terror.
– Eso tú no lo leíste en un libro ¿verdad?
– Te juro por lo más sagrado que es verdad, y que nunca se lo había dicho a nadie, y si tú no me crees me vas a matar









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